La decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca señala que, con estas conductas, los jóvenes buscan una liberación de emociones negativas, como angustia, ansiedad o ira

Todas las señales apuntan en la misma dirección: las conductas suicidas en adolescentes se han disparado. Desde el peor de los escenarios —los suicidios consumados en menores de 15 años han pasado de siete en 2020, a 14 en 2021 y 22 el año pasado— hasta las ideaciones de muerte o lo que en el argot clínico se conoce como autolesiones no suicidas, actos deliberados para lesionar el cuerpo, pero que, a priori, no son un intento autolítico, sino una forma dañina de afrontar una situación emocional.

Todo va al alza. Según el barómetro de la Fundación FAD, los jóvenes que declaran haber padecido problemas de salud mental con mucha frecuencia rozaba el 16% en 2021 (era el 6,2% en 2017). En la Fundación Anar, las peticiones de ayuda por autolesiones se multiplicaron por 56 en 13 años (de 57 casos en 2009 a 3.200 en 2021). Y otro estudio de la Generalitat de Cataluña cifraba en el 27% los adolescentes catalanes que se han autolesionado alguna vez.

En una elocuente conferencia durante el Congreso Nacional de Salud Mental Infantojuvenil, celebrado la semana pasada en Salamanca, Teresa Sánchez, decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca, tildaba de “alarmante” el número de “adolescentes que están iniciándose en actividades parasuicidas o conductas que acaban siendo declaradamente autolíticas”. Sin tapujos, Sánchez (Zarza-Capilla, Badajoz, 62 años) radiografió la complejidad del fenómeno y el peso que puede tener el contagio social en los problemas de salud mental de los jóvenes. “Se puede sospechar que hay algo de contagio social porque no hay tanto pudor para contarlo”, expresó.

La psicóloga atendió tras esa concurrida ponencia de título “efectista”, reconocía. Se titulaba Autolesiones adolescentes: gritos de sangre y miedo. “Siempre me gusta dar una imagen plástica e incluso que podamos, sinestésicamente, oír con los ojos o ver con los oídos. Es un grito que la persona está emitiendo con la sangre, con la quemadura, con el daño corporal que se inflige. Es una manera de gritar que no pasa por las cuerdas vocales”, justificaba.