Puedo oír la charla en el comedor, fragmentos de conversación que se dirigen hacia el pasillo donde está la máquina de café.

Cuando me acerco, oigo el ruido de la máquina de café que cobra vida con un rugido, el pico en forma de boquilla que escupe microespuma de leche, las claras espumosas que suben a la taza y, finalmente, una ráfaga dorada de color marrón: el aroma de los granos flotando en el aire, la acidez familiar casi en mi lengua.

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